jueves, 13 de noviembre de 2014

Café con sabor a besos.

Será ya tarde para ese encuentro
que nunca se dio, que no fue,
tarde para caer en sus ojos,
opaca noche de luna nueva,
y perder el miedo a la oscuridad.
Será capaz de aguantar
el pulso de esa mirada
con el cansancio
en los párpados postrado,
ahumados de tantas flaquezas.
Y de sostener en sus manos la tibieza
de ese rostro de niña desasistida,
que entre sorbo y sorbo de café
devora un beso.
No se terminó el tiempo.
Con recelo han guardado
los momentos, bien ocultos,
en las profundidades
de un charco en el desierto.
Él la mira y sus ojos
no reflejan ayer ni ahora,
y los de ella perdieron
el pasado en un descuido.
Aquellas manos extrañas
que en un tropiezo se tocaron
se aferran en santo ritual,
queriendo retener
el tiempo entre los dedos,
convocar a la dicha
y exortizar los temores.
Resplandecen las sonrisas
al sabor de un aliento.


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