Te muestro mi envés
y a pesar de las proezas,
sucumbes en carne y hueso.
Las mariposas fingen temor
mientras arde el horizonte,
tierra que alberga la sangre
de cien noches en vela.
No amarga la hiel
sino la palabra escondida
en unos labios canciosos,
hambriento queda el cuerpo.
Brilla el rostro a media luz.
La mirada se pierde por la ventana
aunque muerda la oscuridad.
Y encuentra destino en la ausencia.
Te revelo el envés
de esta condenada alma.
Harta de otras vidas,
entrega el relevo y se despide.