sábado, 1 de agosto de 2015

Se nos fue mermando.

Se nos fue mermando el infinito,
abismandose los momentos
a la par y en igual medida
que la sustancia de mi vida
se perdía en el mar bravío.
La esencia de tus caricias
derramada en el olvido
se mezclaba con la espuma
salada e irritante, abrasiva,
quemando las retinas
de aquellos ojos que en otra
me miraban cual sordo cazador,
que arco en mano busca una sirena.
Como pescador sin red
en una balsa de arena
arratraste mi lastre,
siendo yo piedra
donde el tropiezo no es caída,
y sin embargo,
a pesar de la agonía
que provoca la impotencia
de ser blanco perfecto
para aquellos que no saben
manejar su soledad,
tuviste el coraje de aferrar
el poco albedrío que aún flotaba
a la deriva cubierto de luna nueva.
Esquivamos el vértigo y la tormenta
dejándonos llevar por el azote
de las risas en las canciones
que el viento entona a los conversos,
cicatrizando el orgullo con besos
e inundando  de suspiros
la sed que provocó el hastío.
Y es que la vida se cobra
los errores sin remordimiento
y sólo cabe negociar con aciertos,
recuperando las sonrisas de los días
y las noches de sudor, jadeos,
llamas que alientan perversiones
y funden al amor con el deseo.