domingo, 29 de enero de 2017

La niña llora.

No la mires.
No la toques.
Guárdate la sonrisa
junto a la intención.
No mancilles su ternura,
su inocencia, sus pétalos
por florecer,
sus espinas aún suaves
como suave su llanto
al despertar el nuevo día.

Y es que llora la niña
con más miedo
que amargura,
llora porque le duele el cariño,
porque la quiere, llora.
Llora su piel
por esas manos
que sin cuidado y ansiosas
roban cada noche un sueño
y en su lugar
vergüenza dejan.
Vergüenza de su boquita muda,
de los cantos en silencio,
mientras la muerte baila
y espía tras los cristales.

No te atrevas.
No lo hagas.
Sal y no vuelvas.
Llévate las palabras,
las caricias inciertas,
el amor que no sientes
y esa maldita condena
que ha de ser tuya,
por cada noche. Cada día.
Cada paso. Cada beso.
Cada momento
en el que le hiciste temer
a las sombras, a la risa,
a la nana,
a la mano que acuna
sus párpados cerrados,
deseando dormir
y no ver un nuevo día.