jueves, 15 de septiembre de 2016

El pacto.

Hemos puesto la distancia
precisa y adecuada
entre los cuerpos,
tierra necesaria de por medio
para no caer en el error
de que el roce hace el cariño,
pues de tanto roce
el acantilado se vuelve arena.
Corazones verdugos
manteniendo el tipo
y la mirada ajena,
cruzando palabras
ensordecidas
por la ofensa o la culpa,
por el deseo que fatiga
en ausencia.
Por ser o hacer. O estar.
Enajenando sonrisas
y pisando las brasas
fingiendo que no queman.
Es cuando se abren
las llagas de las plantas,
que derramamos del alma
la armonía
que aún nos queda,
recordando el calor
sostenido entre los labios
y la fiereza enredada
en una cama deshecha.
Sin preaviso surge el pacto,
llegando al consenso
de reinventarnos
sin dejar de ser nosotros.
Innovando.
Y rozándonos por los rincones
hasta rasgar a jirones
este manto de invierno.