en las entrañas.
Sí yo pudiera,
si pudiera cambiar
vuestros rostros,
ojos atardececidos
ya sin miedo ni llanto,
derramado todo
en el camino al corredor,
último viaje con hedor
al calor de la vida
que se escapa.
Cuántos ya salvados
y a cuantos devuelto
la primavera por venir,
mas a vosotros no.
A vosotros no,
huérfanos de madre,
adoptados por la lujuria
de un paladar hambriento
saciado con el sufrimiento
y el rojo sangre.
Duele.
Duele cual médula
a ras de piel la ignorancia,
duelen vuestros cuerpos violados,
duele la impotencia
y más duelen las miradas
vacías de conciencia
que desgarran la carne
que contuvo
el grito que nadie oyó.
No cabe más dolor
en las entrañas.
Ni más rabia en las manos,
ni más grietas en el corazón.
Porque quizá a otros, si,
pero fueron otros,
y lo sé. Y lo siento.
No pude.
A vosotros no...