No te ofendas si te digo
que mi vientre monta en cólera
cuando se acerca a tu ombligo
y no palpitan las entrañas
pidiendo paso.
Tiemblo.
Y el aire se hace espeso
y el pensamiento lento,
temiendo
más por lo que quizás callas
que por aquello que no dices.
Pero respiro, luego existes.
Te observo desde abajo
viendo en tus ojos un niño,
rebosando sollozos las pupilas,
tras haber perdido los cromos
en una mala jugada.
Mientes, luego importo.
Y me dices que no es nada.
Tan atea yo y descreída
acerco mi aliento y mis manos
hasta que los muros del orgullo
se caen por propio peso.
"Encuéntrame" me dices,
y te busco.
Desde la cocina a la ventana,
y por ambas pieles
en el calor que me resbala,
entre las sábanas mojadas,
en las calles, el sofá,
en un beso
o debajo de los muebles
donde se nos acumulan
entre polvo las sonrisas
Y es así desmembrado
que voy encontrando
fracciones.
Pero buscas el entero,
el exacto que multiplicado
no termine en infinito.
Y es cuando entiendo.
Que no son los años
o el suicidio del pelo,
ni las arrugas del gesto
de caer por mis abismos.
Ni que el tiempo pase
haciendo apuestas
con la temeridad
o la carencia de sueños.
Ni que te pillen las trampas
porque no sabes ser malo.
Ni tampoco bueno.
Y comprendo
que si te llego
a encontrar,
allí me quedo.
Donde sea.
Cuando sea.
A todas.
Porque no tememos a morir
y sin embargo,
nos da fobia lo inconcluso.
