martes, 31 de marzo de 2015

Habré de dormir.

Creo que habré de dormir
hasta la muerte o esperar
a que los mansos peregrinos
de la muerte en vida toquen,
deslicen sus dedos
por la comisura de mi boca
secuestrando mi aliento
y mis últimas ganas.
Se cierra la crisálida lenta,
torpemente acostumbrada,
a la limosna de tus labios,
a la flama que sustenta
la lumbre del deseo, la locura,
a todo aquello que el sentir
o lo sentido causa confusión.
En mí me recojo y sobre mí
envuelvo el manto de la noche,
eterna oscuridad donde no hay dónde,
ni quién.  Ni importa.
Se nutren las tinieblas
de mi alma absorta en el ocaso
que avanza escupiendo fuego,
última blasfemia y expresión
ante la Nada que se me antoja.
Habré de dormir hasta la muerte
o evitar el propio agravio,
la agresión a mi cuerpo expuesto,
el disparo y el castigo
por el pecado ajeno

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