sábado, 24 de enero de 2015

No fue otra.

Con la mente cansada
y el cuerpo maltrecho,
igual que una fruta podrida
vareada y abandonada
a su suerte.
A través de los cristales
abre el alba nuevas luces,
el viento cambiante jalea
las finas gotas de rocío,
el horizonte permanece manso
y tan distante,
tan lejano como los sueños
que ahora se ahogan
en mi taza de café.
Pesan losas sobre mis párpados
y mi cuerpo se eleva al silencio,
tocando mis manos con cautela
los dinteles de mi alma herida.
No fue otra, sino yo,
quien te entregó y dedicó
sus horas y sus anexos,
cuidando tu sonrisa
entre los campos agrestes,
en las buenas y las quimeras,
a tiempo parcial y completo.
No fue nadie sino yo,
quien borró las normas
y quemó los pactos,
quien te abrió la puerta
y atusó tus alas,
tratando de que no cayeras
en la tentación caprichosa
de engañar a mi intuición.
He perdido los días y la cabeza,
locura indómita e improbable
de quererte y no celarte,
diluida en un súbito instante
la constancia de tu piel.
Atesora los recuerdos
aun cuando no estés a mi lado,
yo te espero, soportando
los embistes de la tristeza,
a veces con entereza
y a ratos asiendo los retales,
con la mirada perdida
en el hueco de tu ausencia
y un café entre las manos.

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