Oigo bramar a las olas
porque al mar ya no le caben
más gritos de agonía,
ni más sueños rotos,
ni promesas incumplidas.
El horror que amenaza
con fauces de lobo herido,
bocados de muerte,
futuro perdido.
Huele a vida en esa barca.
Más en el lejano horizonte,
gargantas llenas de sal.
Dejad todo, hasta la pena,
que en el fondo de las aguas
todo lastre pesa y hunde.
Brazadas de esperanza.
Agonía. Marcha sin despedidas.
Con las puntas de los dedos
cargadas de tristezas
cerré los ojos. Y allí estaban.
De la mano, en la orilla,
sometiendo al miedo, alzados.
Nosotros no hemos llegado.
Y a golpe de pluma me despojo
del amargo trago que trae la brisa.
Queda la arena empapada
de soledad y ausencia
y construyen los niños
castillos de vergüenza
con sus cubos y palas indolentes
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