viernes, 19 de octubre de 2018

Te he soñado.

He soñado tus ojos.
Aún posados en el infinito,
tratando de asumir
que ya no flotan
en ese cálido remanso
de aguas cálidas, su vientre.

He soñado con tus manos,
tratando de empuñar la vida
como daga de guerrera,
alzando al cielo los brazos
buscando una piel que te asista,
que calme la sed y el llanto.

Y he soñado con tu boca,
tus orejas, con tu pelo,
toda tú, aún sin estar,
y yo henchida, tanto,
que el esternón se quiebra
para hacerte sitio. Tu sitio.

Todo se vuelve pequeño
en mis labios cuando te hablo,
mi voz, de emoción rota,
y sin quererlo ni pensarlo,
nace una melodía, una nana,
acunando tu cuerpo en mi pecho.

No estás, pero te siento,
te intuyo más pronto que tarde
y si yerro en mi pronóstico,
se hará larga la espera,
porque el tiempo se hace denso
cuando de amarte se trata.

No temas venir al mundo que yo,
acompañaré tu llanto
y no por hambre, ni por pena,
sino por este temblor,
este miedo que me entra,
de no haber aprendido aún
a ser una buena madre, y en breve,
me estarás llamando abuela.

No hay comentarios:

Publicar un comentario