sábado, 10 de febrero de 2018

Sueños robados.

No hay nadie ni nada hay
capaz de robar un sueño.
Un sueño se pierde traspapelado
en el abatimiento y la desidia.
La cómoda e injusta,
pero a veces necesaria,
culpa ajena que enmascara
vergonzosa rendición.

La insondable frialdad
de un corazón maltrecho,
que tras cien golpes de realidad
se ha tornado mármol
y aún así, sigue tanteando
los exteriores de la caverna,
ebrio de lágrimas de azufre
ansiando cualquier anhelo.

Esperanza o amenaza,
qué sé yo!
Cuando la rutina se desliza
como una fría lengua,
cuando la ilusión
está sólo de paso,
cuando la venganza
se tamiza con una criba rota.

El dolor deja una impronta
difícil de borrar, travestido
de una sospechosa normalidad
entre el hogar y el infierno.

La espera infinita
de un mañana incierto,
el peso de un pasado
sepultado en el barro,
la cruz del encierro
y la desposesión,
la desnudez de un sueño robado.

Mas no hay nada, ni nadie hay
capaz de robar un sueño

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